Ni más fuertes, ni más listos ni más preparados

Suelo ser ingenuo por naturaleza.

Tras el impacto inicial de la pandemia COVID-19 los trabajadores de la salud (sanitarios y no sanitarios) nos pusimos a trabajar y aún trabajamos sin descanso. Desde el hospital más grande y preparado tecnológicamente, hasta el consultorio local más remoto y solamente dotado con voluntariosos profesionales. En atención primaria vivimos unas semanas que no han aparecido en los medios de comunicación porque no salvábamos vidas, ni teníamos respiradores, ni UCIs… pero nos hemos llevado la peor parte en cuanto a profesionales fallecidos y hemos atendido a la mayoría de casos sospechosos en su momento (porque no teníamos pruebas para diagnosticarlos). Hemos seguido innumerables casos leves dudosos; hemos atendido duelos desgarradores y patológicos; hemos firmado más partes de defunción, con los forenses al otro lado del teléfono, acompañados de policías y bomberos que se encargaban de facilitarnos la entrada a domicilios donde habitaban personas cuyos vecinos o familiares sospechaban que ya habían fallecido. En el hospital me han contado que oftalmólogos, cirujanos, ginecólogos o traumatólogos desempolvaban sus conocimientos de manejo de un fonendoscopio y auscultaban campos pulmonares, ajustaban medicación de la que  hacía años no habían oído hablar y se enfrentaban a la medicina abandonando la cirugía durante semanas  (y lo hicieron de manera excelente).

Juanto a odontólogos, matronas, psicólogos, trabajadores sociales, administrativos, celadores y equipos de limpieza reoganizamos nuestras funciones en el centro de salud para ir aprendiendo a marchas forzadas y con miedo (con mucho miedo) de la información inmediata y a veces no contrastada. Mientras tanto el número de contagiados y fallecidos iba en aumento y la gente nos aplaudía en los balcones, y éramos los héroes… incluso construyeron un mediático hospital en Madrid en tiempo récord atendido en su mayoría por profesionales de atención primaria.

Aunque la pandemia no ha acabado, nos afecta mucho menos en nuestro entorno más próximo y nos hace sentir (con falsa seguridad) que ya pertenece al pasado, pero los que aún estamos en primera línea sabemos que esto no es verdad.

Tomado de https://google.com/covid19-map/?hl=es-ES&mid=/m/06mkj el día 7 de julio de 2020 a las 12:35 h

Por un lado, hemos relajado socialmente el distanciamiento, la higiene de manos y el uso de mascarillas, con numerosos ejemplos de fiestas y concentraciones a lo largo y ancho de nuestras fronteras que favorecen la expansión de la pandemia y que a los profesionales de la salud nos duelen como heridas. Por otro lado empezamos a sufrir la incomprensión social, hemos pasado de héroes a villanos, porque lógicamente unas listas de espera ya desmesuradas resultan alarmantes tras unos meses de inactividad del sistema o porque los centros de salud han cambiado su manera de atender a los ciudadanos para evitar los contagios (consultas monográficas de casos sospechosos, atención telefónica, aumento de las visitas domiciliarias…) con la idea extendida de que «hemos cerrado los centros de salud». Pues no, no estamos cerrados y estamos trabajando mucho más que antes, aunque este trabajo no lo ve la sociedad ni se ha explicado claramente.

Al principio creí sinceramente que este tiempo de confinamiento (en el que era la única persona que circulaba por las calles de Leganés a las siete de la mañana camino a mi puesto de trabajo, salvoconducto en mano y una imagen postapocalíptica de mi pueblo) podría servir para algo, pero no ha sido así y nadie ha aprendido nada.

Nuestros políticos y gestores, a quienes debemos exigir toma de decisiones útiles y ágiles en el sistema, no han modificado esta falsa «mejor sanidad del mundo» y en plena pandemia siguen cerrando camas hospitalarias, haciendo contratos precarios a sanitarios, castigando a sus residentes, creando convenios público-privados de muy dudosa eficiencia para lo público… No han aprendido nada. No les hemos exigido claramente desde la sociedad el acuerdo y han utilizado esta pandemia para echarse en cara sus intereses políticos los unos a los otros y los otros a los unos con noticias o bulos. Pero mientras tanto, la única cara de esta pandemia que ha salido a informar a los ciudadanos día a día dando malas noticias y gestionando algo nuevo y aterrador, sufre el desprestigio que puede lindar en lo delictivo  (personalmente prefiero el error en toma de múltiples decisiones cruciales a la inacción).

Los profesionales en el campo de la salud hemos sido los «quijotes» de este episodio. Hemos luchado contra molinos de viento porque sabíamos que era nuestra obligación. Si caíamos enfermos, nos sentíamos «fracasados» por la impotencia de no estar en la primera línea. Nuestros gestores, políticos y ciudadanos nos alzaron a la categoría de heroes y mártires sin serlo . Sabíamos que esto era temporal y que volveríamos a caer, pero sacábamos fuerza de flaqueza y os enseñábamos en redes sociales las huellas de nuestras gafas en la cara después de horas de trabajo, llevábamos a nuestras casas la rabia, la importencia, la pena y el miedo… mucho miedo de ver la muerte y la posibilidad de llevarla a nuestras casas y a los nuestros. Pero incluso desde el principio fuimos para algunos villanos.

Los ciudadanos mostramos un comportamiento ejemplar durante el confinamiento pero, después, bajo una falsa sensación de seguridad, se ha diluído en las playas, las fiestas clandestinas, las reuniones familiares sin control y en las calles de nuestros pueblos y ciudades.

Jueves 19 de marzo, mediodía, centro de Leganés… ciudad fantasma

Aún sigue muriendo gente y la epidemia se extiende a nivel internacional de forma creciente, y si Wuham estaba muy lejos al principio y nos llegó, nada puede evitar que nos vuelva a llegar desde cualquier otra parte del mundo.

Y creíamos que podíamos aprender y sacar algo positivo pero:

  1. Seguimos sin llevar mascarillas o llevándolas mal y poco. Lo sé, es molesto y da calor,  pero yo sigo con mi EPI en pleno mes de julio pasando una consulta de coronavirus en el centro de salud y aunque es muy molesto lo llevo durante varias horas seguidas y lo hago por mí y por tí.
  2. Nuestro distanciamiento social vuelve a ser prácticamente nulo.
  3. Nuestros gestores y políticos siguen maltratándonos.
  4. Vosotros, algunos conciudadanos, no apoyáis nada y en ocasiones os comportáis como aliados del virus en esta pandemia mortal para muchos de nosotros.
Selfi un 22 de junio con calor asfixiante y llevando un EPI… por mí y por tí

Las crisis generan cambios y esperaba (ingenuo por naturaleza) que de ésta podría salir:

  1. Una mayor conciencia social (que ha durado lo que duran las muertes en nuestro entorno).
  2. Una mayor higiene y cuidado personal (ni mascarilla, ni manos ni toser en el codo).
  3. Un mejor uso de los recursos sanitarios por parte de todos.
  4. Una modernización de la asistencia sanitaria (me río cuando llaman telesalud a la asistencia por teléfono cuando deberían llamarlo «telefonosalud»).

Por todas estas razones no hemos salido ni más fuertes (los profesionales de la salud estamos agotados y molestos y caeremos por ello en el próximo rebrote), ni más listos ( como sociedad no hemos aprendido nada) ni más preparados (el sistema sanitario sigue haciendo aguas y quienes deben tomar decisiones ni las toman o las toman mal). Por ello, solo nos queda esperar, y la próxima ola nos pillará sin capitanes, con barco a la deriva, con la tripulación agotada y el pasaje en alguna fiesta local… naufragio seguro.

Y ya van más de 60 brotes activos.

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Médico de Familia. Doctorando URJC. Apasionado por la aplicación de la tecnología en todos los aspectos de la salud. Entreno Pokemon, investigo con bots y a veces buceo.